Santi Peña y su equipo técnico negociador en Itaipú. El formidable papel expuesto ante Lula puede quedar solo en grato recuerdo si Brasil logra, nuevamente, hacer valer su peso en el tema de la tarifa por la energía eléctrica.
Brasil rechaza reclamo de Paraguay y hace valer su poder. Esta expresión en modo proverbio tiene actualidad desde hace 50 años, cuando fue inaugurada la central hidroeléctrica Itaipú con una cláusula extendidamente leonina que obligaba a nuestro país a mantenerse históricamente de rodillas a los dictados y caprichos del gigante sudamericano.
El Tratado de Itaipú, que feneció el año pasado tras medio siglo de vigencia plena, le ha otorgado al vecino condómino facultades extraordinarias para disponer a voluntad e interés asuntos de competencia binacional como es el tema de la tarifa.
En virtud del acuerdo de 1973, el vencimiento del Tratado le otorgaba a Paraguay el derecho de discutir el precio de la energía, que en este caso le correspondió poner sobre la mesa al presidente Santiago Peña y su equipo negociador, que acaban de retornar del vecino país con enorme esperanza de reivindicación luego de que, supuestamente, Brasil se quedó estupefacto con la propuesta altamente técnica acompañada de documentos que fueron a exponer allá nuestros representantes, y que no tendrían argumentos valederos para oponerse a la pretensión paraguaya de incrementar el precio a cobrar por la venta de energía eléctrica, que en los papeles significarían centenares de millones de dólares más de ingresos de dólares para financiar el desarrollo del Paraguay.
Sin embargo, la versión oficializada por Brasil de que no subirá ni bajará el precio actual de la energía de Itaipú sino lo mantendrá en el estado en que se encuentra, generó un bajón de alto calibre dentro de la estructura del gobierno nacional, que nuevamente se encuentra ante las puertas de ser aplastado por los intereses del socio condómino para que se repita la historia de David y Goliat, con la diferencia de que en esta ocasión el “proyectil” disparado por nuestro país, lejos de provocar el nocaut del oponente, como en la narrativa bíblica, le da ánimos suficientes para seguir mandando en el ring, propio de gobiernos apoyados en la espada y no en la pluma, como está suficientemente demostrado en los hechos.
Aunque la esperanza es lo último que se pierde, resta por saber qué “armas” utilizará en adelante el gobierno nacional para incrementar el precio de la energía eléctrica, ahora que sabe, extraoficialmente aún, la decisión tarifaria que tomará Brasil con la “nueva Itaipú”, a sabiendas de que históricamente ha venido convenciendo a nuestros representantes acerca del valor y la importancia de mantenerse leal y obediente a los dictados de Itamaratí, aunque esto nos cueste sacrificar la dignidad y la razón basada en la justicia, como ocurre extendida e impunemente desde hace 50 largos años.