La clase política mantiene en remojo el clamor ciudadano por cambiar el gobierno, embelesándose en obtener réditos de la crisis nacional, apelando al recurso remanido del oportunismo y el acomodo, «virtudes» innatas de la política criolla.

Las manifestaciones públicas autoconvocadas por la ciudadanía instalan un ambiente de crispaciones solo comparado con los sucesos del marzo paraguayo.

Mientras mucha gente no tiene trabajo ni pan, y con ello un negro futuro que apeligra la paz familiar, la clase política dominante busca sacar provecho de la crisis, pasando por alto el rigor de la situación y el clamor lacerante de introducir sin más demora cambios profundos en el gobierno, comenzando por la destitución del propio presidente de la República y, por inercia, del vicepresidente Hugo Velázquez, acusados de llevar al Paraguay rumbo a la debacle institucional.

En medio del caos, el oficialismo ha salido a defender a Abdo Benítez -y con ello a toda la inútil estructura de mando de su gobierno- buscando culpables de la situación declarada, y nada mejor que tirar la piedra a la oposición, a la que acusan de buscar, a través de la agitación popular, vientos turbulentos que le ayuden a tomar el mando.

La oposición paraguaya, de la mano de Fernando Lugo, con el apoyo del PLRA y la oposición en su conjunto, logró una histórica plaza gubernativa en el 2008, luego de la caída estrepitosa del Partido Colorado, que venía de un agravio generalizado debido a los abusos cometidos por el entonces presidente Nicanor Duarte Frutos.

Con un clima similar de descontento ciudadano, ahora la oposición busca sacar provecho de la anarquía institucional, involucrándose en un juego político que, lo único que ha logrado hasta el momento, es abroquelar al oficialismo en torno a la unidad granítica partidaria, postergando indefinidamente la atención a los problemas más acuciantes del país.

En este escenario de contienda recurrente, se observa a lo lejos a un presidente de la República perdido en un mar de equivocaciones, sin poder ni autoridad suficiente para ordenar la casa, despedir a sus ministros inútiles y redireccionar los gastos hacia los sectores vulnerables, que acusan en toda su fuerza y magnitud el golpe de la pandemia.

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