Golpeado por el infortunio, Marito no da señales de vida, mientras el país se bambolea y da brazadas de ahogado en medio de la inoperancia del gobierno en cuestiones vitales para el país, como la seguridad desbordada en el norte.

La noticia, fresca aun, de un nuevo caso de inseguridad en el norte con el posible secuestro extorsivo de Juan Carlos Olmedo, humilde trabajador que presta servicios en una estancia de Tacuatí, departamento de San Pedro, pone al rojo vivo el tema de la seguridad en el norte del país, que hace años padece las consecuencias de un Estado ausente, con autoridades ajenas al dolor de la gente y fuerzas de seguridad cada vez más sospechadas de estar coaligadas con el esquema de inoperancia que mantiene vivas a las organizaciones criminales, léase Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), Agrupación Campesina Armada (ACA) y la mafia del narcotráfico con las cuales operan.

Como ha venido ocurriendo históricamente, desde al menos dos décadas, las autoridades no ofrecen respuestas ante casos de secuestros, embarrándose de forma recurrente en futurología que, en forma de sofismas, buscan generar falsos positivos con tecnicismos que en nada contribuyen a solucionar los problemas, en este caso la inseguridad instalada en la amplia región conformada por los departamentos de Concepción, Amambay y San Pedro, donde se cree están consolidadas las organizaciones de terror que, en la práctica, operan campantes ante la certeza de que no serán ni buscados ni encontrados por las fuerzas de seguridad, léase Fuerza de Tarea Conjunta (FTC).

La FTC le cuesta a la ciudadanía más de un millón de dólares mensuales, una cifra astronómica, e inmensamente inútil, si se tiene en cuenta la falta de resultados.

Para el observador común, estos uniformados devenidos en una especie de “Rambo”, con armas de primer mundo y logística de avanzada, solo están para la foto, porque a la hora de la verdad están ausentes, posiblemente apadrinados por conocidos políticos que obtienen pingües ganancias del terror ciudadano.

En medio de este panorama oscuro donde no hay atisbo de claridad, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, no da señales de vida, manteniéndose en su termo de cristal rodeado de aduladores políticos y mediáticos que le hacen el aguante, a tal punto que hace meses pasa totalmente desapercibido, como si Paraguay se manejara sin cabeza.

El norte no puede seguir en sus cuarenta, mientras las autoridades miran para otro lado y, alineados como velas, se rasgan las vestiduras a la hora de “llorar” los secuestros, en un mar estentóreo de lágrimas falsas que definen su perfil antipatriota y extendidamente insensible al clamor popular, en este caso al grito de libertad de los secuestrados, librados a su suerte en la maraña de incompetencia criminal del poder político.

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