Fracasó en su cargo anterior de ministro de Senad, y ahora comienza su gestión en Interior con el pie izquierdo. Giuzzio demostró supina incapacidad en el manejo de conflictos al ordenar una represión brutal e innecesaria contra pacíficos manifestantes. Marito no para de errar en los nombramientos de ministros.

Cuando todo parecía que la manifestación autoconvocada por la ciudadanía el pasado viernes iba a desenvolverse por los cauces pacíficos, así como comenzó, acabó de la forma más inesperada, con carros hidrantes y agentes de la Policía Nacional armados como para enfrentar a terroristas, que arremetieron con furia contra las miles de personas aglomeradas precisamente en busca de justicia social en este país, especialmente en el gobierno de Mario Abdo Benítez, abrumado por denuncias de corrupción, inoperancia y supina incapacidad para el manejo del poder.

El ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio, no pudo haber tenido una peor presentación en sociedad, que proceder a repartir violencia ante paraguayos imbuidos de pacifismo que hicieron uso de derechos constitucionales para ir a volcar su malestar contra las autoridades que no están haciendo bien las cosas o, más bien, todo lo están haciendo mal, en una saga interminable de errores y fracasos.

Giuzzio no tenía ningún argumento para ordenar a la Policía Nacional a volcar su furia contra la gente.

Si buscaba desalentar el rigor crítico del acontecimiento se equivocó totalmente porque, lejos de amedrentar o atemorizar lo que hizo fue avivar el fuego interior de los exaltados presentes, que en esta ocasión optaron por los pies en polvorosa y retornar a sus casas en su gran mayoría, pero pudo haber pasado lo peor, como ocurrió con el Marzo Paraguayo, cuando la violencia generó más violencia y las calles se tiñeron de fuego y muerte.

De forma unánime, referentes políticos y de sectores sociales coinciden en condenar la represión de Giuzzio, por lo que este ministro caído de improviso de la mano de Marito lo menos que hubiera experimentado en estos momentos es el rigor de una reprensión formal y, si es posible, que pase a integrar el grupo de ministros despedidos ordenado forzosamente por el presidente de la República.

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