El ungido cardenal paraguayo aparece en la foto con sus amigos del gobierno a quienes se cuida de cuestionar direccionando sus dardos contra el «enemigo común» cartista, en consonancia con la violenta retórica oficialista y mediática.

El nuevo cardenal paraguayo Adalberto Martínez tiene una marcada hoja de ruta en beneficio del oficialismo y la oposición, pasando de largo problemas candentes para los “comunes”, como la pobreza crítica, la falta de trabajo, las carencias de atención a la salud y la educación, la corrupción y el electoralismo rampante, entre otros puntos que debían ser puestos en la misma balanza por las autoridades católicas.  

Siguiendo al pie de la letra la retórica oficialista, en la misma dirección que han asumido los medios de prensa independientes, Martínez dispara munición de grueso calibre contra la administración de Justicia y el Ministerio Público, a los que señala de no hacer su trabajo y de esa manera llevar por mal camino al Paraguay.

La más alta autoridad eclesial del país pasa olímpicamente por alto las acuciantes necesidades de la población y las carencias multiplicadas con la pandemia, para criticar al Ministerio Público, haciendo causa común con los amigos mediáticos, abdistas y opositores, que también se han olvidado de la gente para concentrar la artillería verbal contra el cartismo, considerado el enemigo a vencer.

El objetivo de la entente pro-oficialista es claro: Lograr el continuismo en las próximas elecciones generales para continuar con el festín de latrocinio, abusos y derroches con los fondos públicos.

A más de ello, los políticos aliados en comunión de intereses buscan esencialmente ganar la impunidad con el silencio de los medios, tal como ocurre en la actualidad, donde técnicamente “todo está en orden” en la República, los ministerios funcionan a plenitud con servicios de primera calidad y los ordenadores de gastos constituyen sinónimos de transparencia y patriotismo, cuando la realidad lacerante de la gestión de gobierno golpea con dureza a la ciudadanía.

Lo que ocurre con el cardenal Martínez no es un caso menor o anecdótico, porque las autoridades eclesiásticas paraguayas arrastran cuestionamientos seriados acerca del papel que cumplieron durante la pandemia en nuestro país, cuando prácticamente desaparecieron y se recluyeron en sitios seguros, mientras la gente clamaba por el pronto auxilio sacerdotal en los centros sanitarios colapsados de enfermos y olor a muerte.

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