«Hola Marito, nos salvamos», pareciera decir en una hipotética llamada a su amigo presidente el jefe Gabinete, conocido por sus dotes de hábil sofista engañador y corrupto, con tentáculos de impunidad en los tres poderes del Estado, como lo demostró una vez más en el caso PDVSA.

Después del grave escándalo que saltó a la luz pública a través de la prensa con el negociado en ciernes de millones de dólares con PDVSA por parte del gobierno paraguayo, representado en este caso por el siempre polémico Juan Ernesto Villamayor, el resultado de la interpelación que se decidió por el rechazo dejó boquiabierta a la ciudadanía, que no se esperaba la mala nueva, más aun luego de que el propio jefe de Gabinete presidencial dejara abierta la posibilidad de la censura a su deleznable acto que podría calificarse de traición a la patria.

Villamayor, hombre de confianza del también polémico e inepto presidente de la República Mario Abdo Benítez, fue acusado de realizar maniobras jurídicas y políticas dolosas con el gobierno paralelo de Venezuela, representado por Juan Guaidó, para que ambas partes salgan beneficiadas con la deuda de 360 millones de dólares arrastrada por el gobierno paraguayo por la compra de combustible de la petrolera estatal caribeña.

El compromiso de pago, lejos de ser honrado, entró en un entramado sórdido y misterioso que finalmente salió a luz y reveló, una vez más, la enorme capacidad de engaño y pokarê de las autoridades paraguayas, que vienen de un legado histórico de corrupción bajo el amparo de la impunidad.

Lo menos que se esperaba acerca del final de esta historia es el procesamiento sin más vueltas de los presuntos implicados en el negociado, comenzando por Villamayor y, en segunda instancia, por los cómplices y encubridores, entre ellos el propio presidente de la República, que con seguridad estuvo al tanto de los chanchullos preparados entre cuatro paredes para beneficio exclusivo de la rosca oficial y ni siquiera migajas para los usuarios consumidores.

Villamayor, una vez más, se salvó de la cárcel, la misma suerte que corrió un par de veces en que estuvo metido en la función pública y debió salir corriendo para volver con más ímpetu y enlodarse de nuevo en la corrupción.

En el juicio de interpelación, la cofradía política enquistada en el Poder Legislativo dio, nuevamente, una muestra de los intereses que persigue, que están muy lejos del interés y la conveniencia de la gente a quienes dicen representar.

De esta manera, a un negociado sentado en el banquillo de acusados se le respondió con otro negociado, el protagonizado por legisladores oportunistas, que aprovecharon la oportunidad de tranzar por encima de la obligación de legislar por el pueblo y para el pueblo.

Con la impunidad de Villamayor, este vuelve a tener vía libre para seguir abusando extendidamente del poder frente a las narices o por sobre las espaldas de sus cómplices parlamentarios, y la mirada impotente de la ciudadanía.

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