En redes sociales, la ciudadanía volcó sus opiniones sobre el nuevo escandelete que sacudió a Salud Pública, donde el viceministro renunció luego de ser pillado en una fiesta privada sin los cuidados sanitarios que él mismo se encargaba de instalar en la gente.

En el mismo momento que la diputada Kattya González sacaba en cara al viceministro de Rectoría y Vigilancia de la Salud, Dr. Julio Rolón, su irresponsabilidad en el manejo de la cartera sanitaria, entre otros cuestionamientos, el viceministro de Atención Integral a la Salud y Bienestar Social de la misma secretaría de Estado, Dr. Juan Carlos Portillo, sorprendía a la población, no por un nuevo escándalo en la compra pública sino por renunciar a su cargo sin muchas vueltas luego de ser pillado en modo “relajo total” en una colorida fiesta privada, con música incluida, y despreciando olímpicamente el protocolo de cuidado sanitario contra el covid que el mismo se encargaba de instalar a voz en cuello a los “comunes”.

Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago. Al pie de la letra, el médico que aterrizó en el mundo del recreo de la mano de la farándula le dio un portazo al sagrado protocolo del covid para lanzarse a los brazos de la fantasía, descuidando su compromiso con el gobierno, que le concedió carta de confianza con su alto cargo público; con la sociedad, que tenía en este joven profesional un resto importante de seguridad sanitaria; y con el funcionariado de Salud Pública, que apostaba por su calidad de gestión, independientemente a su repentino cuan vigoroso apego al regodeo social.

No es difícil predecir la desagradable sorpresa con que el caso habrá llegado a oídos del ministro, y del gabinete de gobierno, como un mazazo de estruendo en medio del esquema de poder declaradamente condicionado por vastos episodios y escándalos de codicia y latrocinio con los fondos del covid.

Se desconoce si el Ministerio de Salud estaba en algún plan para tratar de remediar la desconfianza ciudadana y la indignación del propio gremio médico por la precarización de los servicios, y si esto era así, la actitud y el comportamiento social irresponsables del Dr. Portillo echaron por tierra el resto de credibilidad que le quedaba a la institución, en un momento sensible, hartamente delicado y riesgoso, con el coronavirus golpeando irreverente a las puertas de la gente.

El Dr. Portillo cierra así un capítulo de gestión pública ennegrecido por los cuestionamientos desde el momento que salió del anonimato y asumió el cargo de la mano de su amigo Mazzoleni.

Hace un par de meses, fue denunciado por los presuntos delitos de estafa, cobro indebido de honorarios, omisión de dar aviso de un hecho punible y asociación criminal.

Según los datos, el galeno cobraba un salario mensual de 4.600.000 guaraníes sin asistir a su lugar de trabajo, entre otras perlas.

En un escenario ideal, hubiera causado impresión positiva que el brazo derecho del ministro Mazzoleni cayera con el fusil en la mano combatiendo al coronavirus junto con sus colegas médicos, pero él prefirió asumir hasta las últimas consecuencias un protagonismo extraño a sus funciones, que acabaron por sepultar su presente profesional, con un nombre que quedará grabado en la historia fallida de la salud pública en el Paraguay durante el tiempo de pandemia, para sumar lo suyo al infortunio que arrastra este país por obra y gracia de autoridades antipatriotas y marcadamente corruptas.

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