Hordas delictivas se han apropiado de las calles ante la impunidad y el relajo de las autoridades, que propician el caos ciudadano en un ambiente de terror latente sin ánimo de solución. Marito y sus amigos tiran el fardo a Santi Peña. (Foto: Organización Baseis).

No pasa un solo día sin que los noticiarios de prensa comiencen y desarrollen a lo largo del espacio informativo una sarta seriada de hechos de violencia urbana con saldo de perjudicados y víctimas inocentes que de esta manera deben pagar culpas ajenas, en este caso del Estado ausente en las calles y un gobierno moribundo que no cesa de improvisar y ningunear los intereses ciudadanos.

Casos multiplicados de robos, asaltos, hurto y afines -protagonizados por indeseables que utilizan como falso argumento la falta de trabajo para cometer sus tropelías- inundan el país, con el agravante de que, en vez de servir de argumento para llevar a la práctica políticas públicas contra la inseguridad, han pasado a alimentar el anecdotario ciudadano en medio de una población hastiada de ser atacada en sus derechos de vida digna.

Sucesivos ministros del Interior de la era Marito han fracasado en el control de la seguridad del país, al punto de que colectivos delincuenciales han tomado por asalto las calles y establecieron un territorio liberado para sus procedimientos violentos, mientras la gente acude con alta posibilidad de fracaso ante los eslabones del orden público, léase fiscalía y Policía, que en “compensación” han desarrollado un negocio aparte con el tema de la inoperancia y la impunidad.

En medio de este pandemónium de incertidumbre provocado por la inestabilidad social y el “fuero” tácito pero activo de los bandidos, los agentes públicos se llenan de ofensa, insultos y escarnio propiciados por la multiplicación insostenible de casos delictivos y criminales que golpean la rutina ciudadana.

Demás está decir que la inseguridad urbana, e incluso rural, se ha enseñoreado con sello propio sin que las instancias de poder correspondiente actúen en consecuencia para intentar siquiera detener y exterminar esta verdadera plaga social presentada como monstruo de cien cabezas con poder suficiente para intimidar en extremo a cualquier autoridad o al mismo Súperman con ínfulas de justicia.

Nada parece preocupar al gobierno saliente, que 5 años después de subir al poder no cesa de improvisar y cosechar decepciones, que a estas alturas se han transformado en enorme desilusión, sin ningún ánimo de respuesta contundente que espera la población o, lo que es lo mismo decir, las víctimas extendidas del caos social generado por los enemigos de la paz, el trabajo y el orden social.

La carga de responsabilidad pasará seguidamente a manos del próximo ministro del Interior quien, según su legajo, presenta un perfil harto suficiente para tomar las riendas de una institución castigada por el sinsabor propio emanado de autoridades improvisadas, faltos de profesionalismo y carentes de la sensibilidad que se necesita para hacer empatía con las necesidades y reclamos de la gente, harta de los ataques en serie contra su vida y sus intereses.

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