La bandera paraguaya ha dejado de irradiar el rojo de justicia, el blanco de paz y el azul de libertad, para lucir desteñida ante el azote de la criminalidad, que mantiene postrado al pueblo y secuestrado al pervertido poder político.

Por Esteban Acevedo Flor

Como pocas veces en su historia, el Paraguay experimenta uno de sus peores momentos de infortunio, tal vez el más aterrador del pos-stronismo, donde la mal llamada democracia ha instalado un aguijón venenoso en la sociedad así sorprendida diariamente con hechos de sangre, dolor y muerte en medio de una inseguridad rampante que compromete en grado sumo la acción reprensiva de las autoridades, quienes hace rato se han olvidado de la gente para meterse de lleno en electoralismo, un paso vital en sus alocadas carreras de poder, dinero, inmunidad e impunidad.

Los recientes casos de asesinato del fiscal Marcelo Pecci y del intendente municipal de Pedro Juan Caballero, José Carlos Acevedo, sin contar otros casos lamentables de inseguridad, como el abuso contra un escolar en un colegio vip de Lambaré y el aterrador asesinato de una niñita de 3 años en manos de su padrastro, han calado hondo en la ciudadanía, que no acaba por digerir este estado de calamidad pública que golpea como un martillo la conciencia ciudadana.

Paraguay no está lejos del “sálvese quien pueda”, como producto del azote extendido de la mafia, que hace rato se hace sentir en los estadíos más insólitos donde instala su sello de perversidad y degradación moral.

Lo que, hace pocos años, apenas parecía una historia lejana extraída de la rutina de extramuros, hoy día convive entre nosotros con nombre y apellido, y exhala veneno sin contemplaciones.

El narcotráfico extiende sus tentáculos hasta penetrar en el poder, donde deja su sello y abaraja fortunas como candente tentación de quienes adoran el dinero fácil y el enriquecimiento rápido, de frente a una población azotada por las necesidades y olímpicamente ninguneada en sus reivindicaciones.

Paraguay está hoy de bruces y en boca del mundo, y no precisamente por la calidad de su tierra y el destaque de sus hijos, sino por la mancha que corroe su estructura y permea las instancias de control y autoridad que, como velas, se alinean ante tenebrosos señores que hacen vito de la ley.

Cómo se ha llegado a este estado de cosas, es la pregunta que retumba en la sociedad y levanta un eco de ruidoso silencio solo palpable en la calle, donde la criminalidad convive en patética vecindad con la población defraudada en su derecho a vivir en paz.

El gobierno no puede ocultar su estrepitoso fracaso, a pesar del aguante prodigado interesadamente por amigos de la prensa y la oposición, que actúan en complicidad y hacen causa común contra el cartismo, considerado el enemigo común, mientras el presidente Mario Abdo Benítez duerme tranquilo en su termo de oro, alejado de problemas y blindado para la gente.

Con un presidente extendidamente distraído y anestesiado, el ausentismo del Estado es lógico, y en ese marco emerge la inoperancia de la justicia como eslabón de la cadena de decepciones que levanta en rebeldía a la gente, que dispara municiones verbales de grueso calibre contra los detentadores de la autoridad nacional.

Paraguay no es el mismo de antes porque se ha transformado en una nación riesgosa, vilmente manoseada, donde el crimen organizado sienta raíces y genera en el poder público una lealtad negada a los “comunes”.

Hasta la letra sagrada de nuestro Himno Nacional se ha desteñido porque ya no se puede decir “Paraguayos, República o muerte” sino “¡Paraguayos, República y muerte!”.

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1 Comentario

  • Marco Enrique, 23 de mayo de 2022 @ 20:37 Reply

    Lamentable nuestro Py. No sólo la bandera está desteñida sino nuestra albirroja (haciendo un paralelismo con el fútbol) porque estamos eliminados en la lucha contra el crimen organizado.

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