Los mismos actores que protagonizaron la perversa campaña electoral en favor de la oposición y el globalismo vuelven a aparecer en escena bajo el argumento de que hay peligro de dictadura. Una señal visible para el Gobierno y las fuerzas de seguridad.

En la misma proporcionalidad de violencia verbal y ataques de grueso calibre contra instituciones y autoridades representativas, como ha venido ocurriendo abierta e impúdicamente en la campaña electoral para las elecciones generales del 2023, surgen en los últimos días en Asunción peligrosos rebrotes de insurrección civil contra el orden establecido y, lo más censurable, abiertas apologías a la violencia.

Los protagonistas de esta contumaz insurgencia instalada puntualmente en espacios e instancias de potencial consumo masivo son los mismos actores quienes durante los 5 años de desastre de gestión del ex presidente Mario Abdo Benítez no movieron un dedo para reivindicar derechos consagrados de mejor vida para la gente sino se plegaron alegres a la agenda marista para continuar el festín de abusos en el Estado con la vista gorda de los amigos mediáticos.

Servicios públicos fundamentales como salud, educación, seguridad y trabajo para los “comunes” fueron pasados por alto en el gobierno anterior.

No pasaba una hora del día en que asaltantes o ladrones dejaran en paz a la ciudadanía, en medio del sonoro silencio de las fuerzas de seguridad maristas, inexpresivas e inoperantes para hacer frente a la sangrante situación que golpeaba a la gente.

Los holdings mediáticos, mientras tanto, miraban para otro lado y hacían su parte en suculentos negociados con el gobierno para cooptar la jugosa publicidad estatal y los contratos licitatorios por sumas siderales y, de paso, lograr impunidad para algunos dueños de empresas periodísticas involucrados en investigaciones de lavado de dinero y contrabando a gran escala, entre otros delitos con agravantes.

Todo a cambio del silencio cómplice a la hora de tener que divulgar el latrocinio institucionalizado, incluso en la peor época del país, cuando la gente moría en lúgubres pasillos de hospitales ante la falta de camas, doctores e insumos, mientras el presidente del Paraguay echaba mano sin rendir cuentas de 2.500 millones de dólares supuestamente destinados a la lucha contra el covid y a la hora en que se requería su presencia estaba de tour con el rótulo de «viaje oficial» por lugares paradisíacos del planeta pagado con plata del pueblo y sin ningún resultado para los «comunes».

Estos mismos protagonistas llevaron a la práctica una de las campañas electorales más perversas e infames de que tenga memoria el Paraguay, donde el “todo vale” era la premisa obligada en cualquier instancia de expresión cívica.

La catastrófica derrota en las urnas no fue suficiente para acallar las voces de estos sectores que tratan al electorado paraguayo de vendido y ningunea plácidamente resultados harto legitimados por instancias internacionales de supervisión y control como la propia OEA y organismos no gubernamentales.

Ahora irrumpe nuevamente en sociedad la Iglesia, esa misma Iglesia que durante los pasados 5 años manejó la retórica opositora con reproducción matemática y, al igual que el amigo Marito, sus consagrados nunca fueron vistos en los lugares de vital necesidad, como por ejemplo los hospitales colapsados de enfermos siquiera para dar una extremaunción, manteniéndose escondidos en sus fortificaciones eclesiales.

Los anticartistas, antisantistas o como quiera llamarse, se han unido nuevamente en causa común para llamar a la sublevación civil con el argumento de que existe un peligro de dictadura procedente del quiebre de gobierno como secuela de la destitución de la senadora amiga Kattya González, acusada con documentos de incurrir en actos de corrupción y delitos en el ejercicio del cargo.

Por todo esto, el gobierno debe mantenerse en alerta máxima, en la seguridad de que los perdedores buscan una chance para tratar de tentar la voluntad popular -después del papelón en las elecciones pasadas- con la ayuda explícita y alegre de los holdings mediáticos amigos, igualmente grandes derrotados porque perdieron sus negociados y, lo peor, en cualquier momento algunos de los dueños pueden ir a parar con sus huesos en la cárcel.

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