La puerta del baño debe ser abierto y cerrado a patadas porque la improvisada terciada improvisada por algún alma caritativa no tiene picaporte ni nada. Adentro, a la persona le espera otra puerta improvisada con pedazo de hule, peor que la infraestructura destinada a refugiados de guerra.

El servicio público del Hospital del Corazón dependiente del Ministerio de Salud Pública no puede ser más desdichado y peligroso que este verano con récord de calor cuando llegan sin cesar pacientes de varios puntos del país en busca de auxilio oportuno y eficaz.
Se sabe que un paciente que acude a pedir auxilio por aparentes problemas cardíacos debe ser atendido de forma inmediata porque segundos demorados o desperdiciados pueden significar la muerte.
Esto, sin embargo, aparentemente es un detalle menor en ese hospital público con miles de millones de presupuesto (más ayudas frecuentes de varias organizaciones y países), que en la práctica no se ven y no se sienten.
El pasado fin de semana, un solitario médico fue visto en el consultorio atendiendo pacientes con aparentes dolencias cardíacas, la mayoría de ellos en grave estado afectados por el calor infernal que requerían atención de emergencia, pero nada de esto sucedió porque el doctor apenas sí tenía tiempo de hacer su trabajo que debía detenerlo obligadamente porque otro paciente crítico debía atropellar la puerta para entrar a las apuradas para ser atendido a la fuerza.
Para acceder al consultorio de ese hospital de alta complejidad, donde un segundo desperdiciado puede significar la muerte, el paciente debe aguardar en una antesala sin posibilidad de ser escuchado. Esta espera puede durar no menos de 15 minutos, hasta 1 hora inclusive o aún más, dependiendo de la demanda.
«Lo mínimo que estas autoridades inútiles deben proveer acá son 5 doctores para que ningún paciente tenga que estar mendigando atención o, como este señor que acaba de venir, tenga que atropellar el consultorio para exigir atención rápida porque estaba a punto de caer por falta de respiración», vociferó una mujer que sufría el momento. Este paciente fue diagnosticado con infarto, en grado que se debía establecer.
«Somos los propios familiares quienes debemos hacer el papel de asistentes y transportar a pacientes que llegan sin acompañantes debido a la urgencia. Acá no hay enfermeros ni personal de auxilio o servicio y, si los hay, no se ven ni se sienten», refunfuñó airada María Cristina Castillo, proveniente de Caaguazú.
Alegó que «si los pacientes reciben este trato humillante e inhumano, imagínese lo que tenemos que sufrir los familiares que, al igual que nuestros enfermos, sufrimos desatención porque no tenemos baño, bebederos ni agua potable de donde surtirnos salvo comprar bien caro en la cantina; no disponemos de un lugar digno de espera sino un refugio de carpa con 60 grados de calor como si fuéramos refugiados de guerra, y encima de todo los empleados nos miran como enemigos, no evacuan nuestras consultas y nos hacen sentir como que no somos bienvenidos sino parias».

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