El tanque tendría 70.000 litros (otros dicen 100.000) suficiente para inundar de agua la ciudad, pero está tirado como exposición de desidia mientras los pobladores hacen malabarismos para conseguir como pueden el vital líquido.

En pleno invierno, ajenos a amenaza de calor histórico en verano, víctimas padecen penurias para conseguir agua

Pobladores de barrios populosos de la ciudad de Emboscada, a 40 kilómetros de Asunción, sufren de antemano los embates de la sequía que se presenta impenitente en pleno invierno.

Nutridos de baldes descoloridos por el uso, bidones y cualquier otro medio a su alcance, las víctimas propiciatorias del olvido de sus representantes inician a diario la rutina de peregrinar en busca del vital líquido.

Las fuentes de aprovisionamiento son escasas, contadas con los dedos de una mano, y en la emergencia también presentan señales de estrés.

Un único y milagroso pozo ubicado en el entorno de la laguna que en otros tiempos surtió de líquido vital a cualquier interesado, hoy día luce desgastado por tanta manipulación de prójimos que, en la eventualidad, sacan chispas de su volumen limitado y descuidado aspecto.

Familias de escasos recursos de los fondos barriales hacen malabares para extraer de sus raleados bolsillos deteriorados billetes para poder costear el servicio de acarreo, mientras los menos favorecidos apelan a la variante del traslado a pie cargando largos trechos el preciado líquido que apenas alcanzará un día o tal vez horas.

Siempre lo mismo.

Nada ha cambiado acerca de este triste y demoledor escenario desde hace años, décadas.

Los responsables de este descuido con perfil delincuencial no muestran signos de redención o reivindicación.

Antes bien, deciden pasar los días como si todo esté bien, como si los usuarios del agua gozan de buena salud económica y emocional, como si no tuvieran derecho consagrado al buen servicio sin ningún sacrificio más que abonar la tarifa caprichosa.

Quienes fungen de autoridades de la Junta de Saneamiento han demostrado en todo este tiempo una falta de sensibilidad crítica, por no decir inutilidad crónica, para hacer su trabajo como lo habían prometido hace años sin ningún resultado.

Todo esto ocurre a las puertas de previsiones terribles para fin de año, cuando las temperaturas treparían a los 45 grados, entre otros efectos del fenómeno climático y atmosférico El Niño.

Sin embargo, nada de esto preocupa ni ocupa a los “aguateros”, quienes permanecen invisibles, lejos de las necesidades de la gente, en una muestra increíble de negligencia y dejadez que, también de forma increíble, permanece impune ante los organismos de control y represión del gobierno que no atinan a tomar el timón del servicio y acallar de una vez por todas los gritos de auxilio de los castigados por la sed.

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