La situación de los vendedores informales se agrava con el paso de los días, ante la falta de atención de las autoridades a sus necesidades de trabajo e ingresos. «No recibimos ayuda de nadie, y la gente nos tiene miedo», afirman.

La situación de precariedad que inunda las calles se extiende a diario, sin que las autoridades encargadas de dar vida al país en estos momentos de serios apuros económicos den señales de reacción.

Un sector muy golpeado por la falta de trabajo tiene como protagonistas a los vendedores ambulantes, específicamente aquellos que ofertan golosinas, artículos de uso casero como tijeritas, curitas, cargadores de celulares y baratijas en general.

“Las autoridades nacionales, y mucho menos la Municipalidad de Asunción, no nos tienen en cuenta para nada, es como si no existiéramos y podemos vivir sin comer. La orfandad en que nos desenvolvemos es muy triste y caótica, porque a medida que pasan los días no sabemos adónde recurrir”, afirmó Víctor Andrés González, vendedor de baratijas, mientras aguardaba colectivo para subir a ofertar sus productos a los pasajeros, si el chofer lo permitía.

Víctor comentó a La Mira que el mismo oficiaba de albañil antes de la pandemia, pero con la suspensión indefinida de los trabajos se quedó en la calle, sin ingresos ni posibilidades de mantener dignamente a su familia.

“Mis padres, que viven en La Colmena, hacen el esfuerzo que pueden para hacer llegar a mi casa, una vez al mes, una bolsa con víveres, fideo, arroz, aceite, harina, y un poco de mandioca, zapallo, poroto y batata para el mantenimiento de mi familia, pero otros compañeros de trabajo están pasando de lo peor porque no tienen la suerte de que alguien les mantenga”, comentó el vendedor.

Un niño vendedor de alfajores, oriundo de Ñemby, señaló que vive con su madre y 4 hermanitos en un asentamiento, y que sus vecinos les pasan ocasionalmente víveres para sobrevivir.

“Todos mis hermanos salimos a la calle a vender alfajores, y a veces nos echan de los micros. Los pasajeros nos tienen miedo porque desconfían de que somos portadores del coronavirus, a pesar de que nos cuidamos con los tapabocas”, mencionó el niño vendedor, que según la Ley del Menor tiene prohibido trabajar, hasta cumplir la mayoría de edad.

La mayoría de los vendedores ambulantes se alimenta de ollas populares, con materia prima obtenida de donaciones y, en menor medida, de ocasionales desembarcos de ayuda estatal, específicamente de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), que según el observatorio ciudadano es un verdadero caos porque no tiene una política seria y confiable de distribución equilibrada de las asistencias.

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