Yuyú sonríe a cuerpo entero, en una imagen repetida de su inocencia brutalmente arrebatada. La fuerza pública del país no logra encontrarla, en medio de rumores de variada naturaleza sobre los motivos de su desaparición y los responsables del hecho.

Este 15 de setiembre se cumplen 4 años y 5 meses de la desaparición en sospechosas circunstancias de la niña Juliette ocurrida en la jurisdicción de la compañía Isla Alta de la ciudad de Emboscada, a 45 kilómetros de Asunción, sin que hasta la fecha la justicia pueda aportar algún elemento que pueda llevar a la víctima.

El desgarrador reclamo del vecindario, que durante todo este tiempo se mantuvo con sonoridad, se ha llamado a silencio, en medio de tenues gritos de reclamo por una respuesta sin más demoras.

Cuatro fiscales nombrados por el Ministerio Público para investigar en la causa no han sido suficientes para echar al menos una pizca de luz sobre el sonado caso que, en su momento, mantuvo en vilo a la población paraguaya por las características especialmente tristes y desbordantes en que sucedieron los hechos.

Yuyú, como era conocida en el barrio, contaba entonces con 7 años de edad, y acudía a la escuela del lugar adornada con una sonrisa que dejaba admirar su dulzura e inocencia y cautivaba a todos quienes la conocían.

Sus capacidades especiales nunca fueron obstáculo para desenvolverse en un ambiente rodeado del cariño de los demás, desconociéndose con exactitud el mundo interior de la vivienda donde habitaba con su mamá, Lilian Zapata, y su padre adoptivo, Reiner Oberuber.

La gente mantiene vivos los momentos de terror experimentados luego de que saliera a la luz pública la extraña desaparición de Yuyú quien, momentos antes, se encontraba jugando en el patio de la vivienda familiar.

A partir de aquí entró a operar una usina de versiones, sospechas y usinas de rumores acerca de la causa que motivó la desaparición de la niña y, esencialmente, la responsabilidad de los padres.

Hasta el entonces presidente de la República, Mario Abdo Benítez, tuvo que intervenir para tratar de colaborar con la causa, pero ni la intervención de los fiscales Gedeón Escobar, Lorenzo Lezcano, Carlos Maldonado y María Irene Álvarez, más los más avezados policías antisecuestro, fueron suficientes para encontrar a la niña.

Los 47 operativos de gran envergadura con logística adecuada, e incluso perros olfateadores, ordenados por el Ministerio Público lograron resultados, más que la pena privativa de libertad de 6 años para Lilian Zapata por violación del deber de cuidado y nada más.

Oberuber, apuntado con el dedo índice por el vecindario como posible sospechoso, fue liberado de cargo y pena, manteniéndose libre y fuera del círculo de investigación.

A pesar del tiempo transcurrido la causa se mantiene firme porque se trata de posible delito o crimen que no prescriben, aunque el mullido expediente duerme sin mostrar signos de vida en la llamada justicia.

“Alguna vez, tarde o temprano, se sabrá la verdad, por aquello de que no hay crimen perfecto”, masculla un poblador de Isla Alta, mientras el vecindario eleva preces al cielo y, cada tanto, recuerda con sentimientos de pesar el fulgurante paso por la vida de la pequeña Yuyú, despojada cruelmente de su libertad para sumarse a las víctimas inocentes de la brutalidad humana.

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