Los menores casos de coronavirus y los mayores casos de corrupción. Tal la situación actual del país ante el consenso internacional, con un Gobierno que camina con señales inequívocas de ineficiencia. Foto: AhoraCDE.
Al final, los únicos que demuestran portarse bien durante la cuarentena son los ciudadanos. El Estado, más que nunca, dejó de ser papá para convertirse una vez más en la vaca lechera de malos paraguayos que buscan aprovecharse de la cosa pública sin ningún ápice de rubor. Se trata de recursos asombrosos obtenidos a caballo de un discurso motivador con profundo contenido social que presenta resultados auspiciosos en la salud poblacional, pero con un costo económico extraordinario pagado en desempleos y necesitados por un lado, y aprovechadores de río revuelto por el otro.
Se cree que la mayor parte del dinero prestado de la banca internacional será finalmente objeto de algún tipo de dolo.
El ciudadano de a pie, el que está pagando con sus huesos las múltiples limitaciones enmarcadas en la cuarentena sanitaria, maneja versiones variopintas sobre las maneras más rápidas y precisas que tiene el poder para enriquecerse de la noche a la mañana con recursos destinados, en los papeles, a la lucha contra el coronavirus.
Las primeras hilachas del espurio esquema han salido contundentes a la luz de la consideración pública a través de la prensa, con protagonistas emergidos de altas instancias del poder, por una parte, y del otro lado oscuros negociantes devenidos en empresarios que han aterrizado encima del erario al solo efecto de robar.
Nada más vil y arropado de oprobio.
Apoderarse de recursos que bien podrían haberse utilizado para salvar vidas, o para distribuir sin más pérdida de tiempo y fintas el esquivo ñangareko a muchos miles de personas más, o para insuflar oxígeno vital a las moribundas mypimes y al sector productivo para generar dinero a costa el empleo, entre tantos otros destinos urgentes, podría etiquetarse como un crimen infame y abominable.
Sin embargo, no pasa nada. Los reclamos de transparencia caen en saco roto, y los protagonistas de los affaires miran para otro lado.
Por detrás de los resultados auspiciosos en materia sanitaria se desplaza maloliente el esquema de perversión público-privado, exponiendo una vez más nuestro triste palmarés de país campeón en corrupción mundial.
El Ministerio de Salud ha comprado baratijas con cuento chino, los salarios astronómicos nunca bajaron, y la reforma del Estado nunca se aprobó.
Se sabe que muchos involucrados en los negociados feroces mantienen relaciones fortalecidas con el poder político, por lo que pedir transparencia y justicia suena mal.
En medio de todo este pandemónium, Marito es como si no existiera. Rodeado de ministros ineficientes, no sabe dónde está parado. Pareciera como que la corrupción de su entorno no le importara, y su falta de autoridad genera un país impredecible para muchos, y oportunidad de negociados para otros.
¿Podrá culminar su mandato de gobierno?
El Marito de la Gente se ha convertido en el Marito del Aguante, y no sería de extrañar que en algún momento sea reconocido lamentablemente como el Marito del Desastre.