Al mismo tiempo que salían a luz los negociados con fondos del covid, el gobierno cosechaba críticas generalizadas de todos los sectores por su gestión plagada de desaciertos, que en todos los casos afectan a la ciudadanía indefensa e impotente para frenar la corrupción de alto nivel y magnitud.
Con renqueras y muleta llegó el presidente Mario Abdo Benítez a dos años de gobierno este 15 de agosto, rodeado de cuestionamientos por inoperancia, ineficiencia y corrupción, con un gabinete que sigue al pie de la letra el ritmo acompasado de mala gestión, pese a lo cual se mantiene atornillado al poder, mientras el descontento social crece con el paso de los días y la falta de respuesta a los graves problemas nacionales, algunos de importancia vital como alimento, salud y seguridad.
Casi al mismo tiempo que salían a flote los primeros de una serie de escándalos públicos de corrupción con los fondos del coronavirus, emergían a la luz pública los cuestionamientos a la calidad de gestión gubernativa, que los meses subsiguientes se encargaron de corroborar.
Miles de empresas monotributaristas, medianas y grandes han quebrado como secuela de la paralización económica, quedando en la calle otros millares de empleados y obreros con todas las puertas cerradas para el empleo y las carencias multiplicadas en el seno familiar, que no solo se limitan a la falta del pan diario sino a la atención básica de la salud, especialmente de patologías ajenas al coronavirus, según se desprende del clamor de enfermos de cáncer y pacientes con males infecciosos.
Personales de blanco y asistentes hospitalarios acumulan denuncias sobre falta de insumos y equipos elementales para el cuidado sanitario contra el covid, sumado a los horarios extras acumulados en todo este tiempo que las autoridades se niegan a honrar bajo variadas excusas.
En el tema de seguridad, la cuestión está que arde, con denuncias de robos y asaltos a la orden del día en los escenarios más sorprendentes, donde el aforismo de “sálvese quien pueda” es puesta en práctica por atónitos ciudadanos que, ante la pobreza en puertas, se animan a desafiar los riesgos de la pandemia para salir a rebuscarse con el Jesús en la boca, ante un cuerpo de Policía sobrepasado en su capacidad de acción y reacción, y con una fuerza disminuida en personal, que deja a un lado el interés poblacional para concentrarse en la atención de autoridades, e incluso civiles acaudalados, temerosos de la visita de indeseables.
Los planes de reconversión económica han venido de fracaso en fracaso, sin que una mala experiencia sirva para mejorar la puntería del siguiente plan, manteniéndose en la línea segura de indefiniciones y expectativa latente, como bien lo demuestra el proyecto Pytyvô, que en la práctica más bien se asemeja a un intento enmascarado de ocultar el ninguneo del gobierno al clamor popular, mientras la propaganda oficial, con apoyo mediático amigo, se encarga de resetear una y otra vez los programas asistenciales, que no llegan, o acceden de forma harto irregular, a la población necesitada.
Marito se niega a hacer una inflexión personalizada de su compromiso con el pueblo, manteniéndose estático en su cargo, sin inmutarse para nada de los gritos de socorro que, cada tanto, hacen escuchar voces disonantes con su esquema de mando salpicado de manchas.
Dos años han pasado desde aquel 15 de agosto de 2018, cuando el país se vestía de fiesta para recibir a un hijo de la dictadura presentado como solución para los males del Paraguay.
Al poco tiempo, sin embargo, se fue cayendo la estantería con el escándalo de la “entrega” de los intereses paraguayos en la Itaipú al Brasil bajo una pérfida acta secreta, que bien pudo haberse materializado de no mediar la intervención oportuna y valiente del Ing. Pedro Ferreira al denunciar la traición en ciernes, que permanece sorprendentemente impune.
El paso de los meses, antes que mejoras, trajo más días de infortunio para la gente que, ante la falta de respuesta del gobierno, anestesiado por los poderes fácticos, buscaba apoyo idóneo en la oposición, que ha mostrado los dientes solo para la foto, porque en la práctica se trata de una carpa enrarecida por oportunistas y cómplices del estado de cosas.
En medio de la indefensión e impotencia ciudadanas, emerge la figura de Mario Abdo Benítez como monumento a la ineficiencia y la corrupción, con el agravante que tiene crédito político para continuar por tres años más al frente de este empobrecido país, a menos que prenda el interés desembozado de sectores en “cuarentena inteligente” de poner freno definitivo a este círculo de infortunios por la vía del juicio político, donde seguramente estarán en danza al menos tres causales de un hipotético libelo acusatorio: la traición en Itaipú, la mala gestión de gobierno y la corrupción con su dosis de impunidad.