El delfín de Evo Morales arrasó en elecciones pacíficas, en una demostración de poder popular que genera roncha en el gobierno paraguayo, acostumbrado a manipular elecciones y comprar votos.
Con el desastre del gobierno de Maduro y los reveses en cadena de líderes sudamericanos comprometidos con la corrupción en grado protagónico, léase Cristina Kirchner, Lula Da Silva y Dilma Rousseff, entre otros, la izquierda regional se ha venido manteniendo en un largo y sospechoso silencio, hasta el pasado domingo, cuando el “camarada” Evo volvió al trono de gobierno en Bolivia, esta vez de la mano de su delfín Luis Arce, quien supo capitalizar el masivo voto indígena y de indignados sociales, sumiendo en una depresiva derrota al oficialismo anti-Evo que venía ocupando provisoriamente el poder de la república y finalmente no pudo resolver el complicado panorama proselitista que se presentaba ya mucho antes de la compulsa eleccionaria.
Con una diferencia apabullante, el Movimiento al Socialismo (MAS), afín a los Castro, Chávez, Maduro y otros líderes zurdos de la región, se posiciona nuevamente en la cumbre del poder en el vecino país, que soporta una larga noche de pesadillas con una oposición embanderada detrás el “único líder” y un oficialismo poco hábil para recuperar terreno perdido durante casi dos décadas.
Sectores independientes coinciden en destacar el gran avance logrado por Morales durante sus años en el poder, preconizando un esquema de desarrollo desconocido en ese país que durante décadas figuró como el más atrasado de la región, pero que logró despertar hasta erigirse en un polo de crecimiento, con un PBI en franco ascenso y un nivel de vida poblacional digno.
Un craso error político de Morales lo llevó a la llanura del día a la noche, poniendo en juego una cartera proselitista formidable a merced de líderes con empatía hacia el pueblo soberano, con un resultado que a muchos les resultó pesado, a algunos lógico, y a otros un ejemplo de lucha cívica que en países con problemas democráticos como el Paraguay, generan tempranamente un circuito de malestar intestinal, específicamente en sectores de gobierno y cómplices comprometidos hasta los tuétanos en hechos de corrupción como robos de recursos públicos, impunidad declarada de autoridades y amigos, ineficiencia e inoperancia supinas de los poderes de Estado sometidos al enclave político, cero reinversión, cero reconversión económica y cero honestidad, con un pueblo sometido y hambreado, abusado y estafado, sumergido en la marginalidad, precariedad e histórico récord del índice de pobreza.
A los burgueses del poder político paraguayo no les conviene para nada que haya ganado la izquierda en Bolivia.
Peor aún, el “zurdazo” produce preocupación extendida, desde el momento que puede ser un “mal ejemplo” para el dormido pueblo paraguayo, que en cada elección de autoridades pareciera que se empeñara en depositar su voto por el peor candidato, aquel que, como única oferta para un país mejor presenta una billetera cargada de dinero, generalmente de origen espurio o sucio, para surtir a una clientela barata, inconsciente y enormemente irresponsable.
El “modo Bolivia” bien debería motivar a la reflexión al pueblo paraguayo, en el sentido de elegir al momento del voto, y no “ser elegido” por sabandijas disfrazados de políticos que exhiben sin pudor el brillo de su opulencia para encantar periódica y sistemáticamente, cuan raro hechizo, a potenciales víctimas que se multiplican como hongos a la hora de repartir baratijas y pronunciar sonoras mentiras cargadas de infamia.