Cada cierto tiempo, Marito debe mostrar la cara por los corruptos de su gabinete, mientras la ciudadanía pone contra las cuerdas la figura presidencial vinculándola con la corrupción generalizada, a costa del derecho a la vida y el bienestar de todos los paraguayos.
La figura vigorosa del hombre joven dotado de vitalidad ungido al trono del poder supremo en Paraguay en el 2018, en medio de tumultuosas elecciones, ha venido perdiendo poder desde el mismo momento del nombramiento del gabinete nacional, integrado por personas criticadas por su falta de capacidad y patriotismo, entre otros conceptos que fueron perdiendo positivismo y ganando desprestigio con el correr del tiempo.
Marito ha aprovechado al máximo el desembarco de la pandemia para exponer su perfil de presidente sin capacidad de gobernar y con declarada solidaridad para colocar a amigos, parientes y ex compañeros de colegio en cargos clave del Ejecutivo, como si se tratara de una gran hermandad que prioriza el interés fraternal por encima de los delicados intereses nacionales.
El resultado de la improvisación en los cargos está a la vista, con hombres y mujeres de confianza bombardeados a diario por su inoperancia, fracaso y, lo peor de todo, por su vínculo directo o solidario con la corrupción.
“Pareciera que Marito se empeñara con supina diligencia a seleccionar a los peores hombres y mujeres para su gabinete”, posteó estos días un indignado social, tras salir a la luz pública un caso más de corrupción en la administración pública, en este caso protagonizado por el procurador general de la República, Sergio Coscia, quien debió renunciar a su cargo luego de ser pillado a punto de una repartija de 7 millones de dólares entre abogados, empresarios y amigos del poder, entre ellos el cuestionado Denis Lichi, de quien tampoco se conocen méritos para ostentar cargo alguno en la función pública, salvo el de su presunta capacidad para recaudar.
Bajo la sombra la pandemia, Marito ha logrado préstamos multimillonarios de la banca internacional con el pretexto de utilizar los fondos en la lucha contra el coronavirus, y otros millones para levantar la alicaída economía bajo la figura de la “reconversión”.
Nada de esto ha ocurrido, sino todo lo contrario, porque los siderales recursos han sido retaceados al sector productivo, trabajadores y enfermos del covid, para pasar a engordar las cuentas de corruptos, según las denuncias divulgadas por la prensa.
Los hospitales públicos del Paraguay constituyen la más dura y lamentable prueba del desprecio de las autoridades por la salud y el bienestar de la población, en este caso de los enfermos del coronavirus, y ni hablar de los miles de afectados por otras patologías, algunas de ellas de atención urgente y permanente, como los casos de cáncer y otras etiologías.
Los denunciados, antes que ser echados del cargo, sumariados o procesados por el Ministerio Público, en la mayoría de los casos han recibido un halo de sagrada confianza de Marito, sobre cuya cabeza pesa la grave responsabilidad de velar por los intereses de la patria y la gente a través de funcionarios idóneos, probos, intachables, honestos y a toda prueba contra la corrupción.
De esta manera, el presidente Abdo Benítez se ha colocado, dolorosamente, al frente de una horda de estatales ineficientes y vulnerables al pokarê, el popindá y la transa, produciendo nuevos ricos en cantidad industrial, mientras el pueblo empobrecido llora a sus muertos y enfermos, sobrevive en un ambiente miserable y es condenado a masticar el sabor amargo de la impotencia a la hora de cuantificar sus recursos, sentarse a la mesa para comer y sortear sus abultadas cuentas.