Este 2021 sorprende al país con otro feroz caso de transada en altos círculos del poder político, donde emerge la figura desgastada de un presidente que no logra afirmarse en el cargo y bambolea rodeado de corruptos.
Más que una nueva decepción, el tufo maloliente que rodea el entramado de negociaciones bajo la mesa perpetrado por el gobierno con el líder opositor venezolano Juan Guaidó por el resonante tema de la deuda con PDVSA, imprime una marca indeleble al pokarê como factor común en instancias de poder de la República, y contamina aún más la rutina de vida ciudadana, penosamente acostumbrada a convivir con noticias de este calibre donde, una vez más, altas autoridades están metidas hasta la médula.
Señalado de oficiar de abogado del diablo para defender a sus colaboradores vinculados con la corrupción, el presidente de la República Mario Abdo Benítez se vio forzado, nuevamente en esta ocasión, a tratar de tapar el enorme agujero generado por la oleada de rumores que se amontonó luego de salir a la luz pública detalles del fato con Venezuela, donde emerge otra vez, cuándo no, la figura del polémico Juan Ernesto Villamayor como protagonista de una noticia donde los intereses del país están en peligro.
El caso se sucede a varios hechos de corrupción registrados durante toda la pandemia, todos ellos en la absoluta impunidad, y con los mismos actores que comulgan como en un ritual en la misma casta de poder político oficialista, convertido de esta manera en un búnker blindado al patriotismo, en este caso a través de instituciones ausentes y funcionarios públicos hartamente venales.
Seguramente, “Juancho” Villamayor logrará sortear nuevamente el culebrón en que se metió por el ansia repetida e incontenible de poder y de dinero, como está suficientemente demostrado en su prolífico prontuario público, y todo volverá a la normalidad, como viene sucediendo durante todo el período de gobierno “marista”, donde los corruptos se acumulan en todas las instancias de gobierno y donde las cárceles están vacías de culpables.
Ahí tenemos muy cerca el caso de la transada feroz del procurador general de la República Sergio Coscia, otro amigazo de Marito, y de su imbancable protegido Denis Lichi, quien continúa increíblemente en su jugoso cargo al frente de la empresa petrolera estatal, a pesar de cargar sobre sus hombros el peso de responsabilidad primaria en el negociado con el malogrado acuerdo entreguista con la petrolera argentina Texos Oil, que en los hechos iba a significar un perjuicio patrimonial de 7 millones de dólares -en primera instancia- para el enclencle Estado paraguayo, donde el pueblo siempre ha pagado las consecuencias.
Ni hablar de Salud Pública, donde las evidencias delatan un esquema de perversión presupuestaria gigante que, con el correr de los meses, ha generado nuevos millonarios y, al mismo tiempo, flamantes inocentes coronados de impunidad.
Esta es la realidad que se desayunan los paraguayos en este recién nacido 2021, donde oscuros nubarrones cubren el panorama ciudadano, en medio de la esperanza de que sí vendrán tiempos mejores de algún lado, con oportunidades de desarrollo y mejor vida para todos, con menor pobreza y más fuentes de trabajo, con cero robos de fondos públicos, sin impunidad para nadie y con nuevas o reseteadas autoridades que, imbuidas de principios consagrados, conviertan sus curules en nichos de servicio, solidaridad y ayuda a los “comunes”, invirtiendo el paradigma del “nuevo orden mundial” en favor de los que menos pueden y los que menos tienen.