La manifestación popular continuó anoche en las calles del microcentro, donde la ciudadanía volcó su indignación contra el gobierno de Marito y sus inútiles ministros. Los políticos, mientras tanto, negocian a espaldas de la gente, ninguneando los reclamos y priorizando intereses (negocios) particulares.
Fieles a su singular estilo de pescadores de río revuelto, oportunistas e insaciables, sectores políticos oficialistas y opositores “trabajan” arduamente para posicionarse y tratar de sacar el máximo provecho sectorial y familiar de la crisis desatada con el desastre de gestión del presidente Mario Abdo Benítez.
Cuando se creía que la gran manifestación del viernes, autoconvocada por ciudadanos hartos de la corrupción y la inoperancia del gobierno, sería suficiente para volcar las decisiones políticas hacia el clamor popular, ni bien Marito dio a conocer su tibia reacción con la destitución de apenas 4 ministros del gabinete, los políticos comenzaron una carrera aparte en busca de posicionamiento interesado, desmarcándose rápidamente de la ciudadanía indignada, patentizada en la concentración realizada en el microcentro asunceno y otras ciudades del país.
Mientras la oposición se une al reclamo de salida inmediata de Marito, y junto con él todo el gabinete de inútiles nombrado por el mismo con criterios caprichosos, el oficialismo deshoja margaritas acerca de la conveniencia de despejar el camino para un eventual desembarco de líberoluguistas en el gobierno, tal como ocurrió en el 2008, luego de que el ex obispo Fernando Lugo asumiera la máxima magistratura del país en elecciones libres donde los propios colorados votaron en contra de su partido, hartos -lo mismo que ahora- de un presidente colorado hiciera de la corrupción un hábito sacramental, en medio de la impunidad y la burla abierta hacia el pueblo abusado.
Este lunes se les escuchó decir a referentes cartistas que Honor Colorado no acompañará un pedido de juicio político a Marito, seguramente temerosos de que Lugo y sus amigos liberales vuelvan al Palacio de Gobierno, a pesar de que, en los hechos, no habría ninguna diferencia con sus pares colorados imbuidos de corrupción por todos los poros.
Al final, la clase política paraguaya sigue haciendo lo que quiere y manejándose a placer en el poder de la república, precipitando cada tanto la reacción popular que, hasta el momento, no ha tenido la fuerza necesaria para hacer respetar sus derechos, entre ellos el derecho a una vida digna con trabajo, pan, seguridad, salud y bienestar, tan igual o mejor que los burócratas que infestan históricamente la función pública y practican una falsa democracia con privilegios solo reservados para ellos y su exclusivo interés y conveniencia sectorial, familiar y personal.