Una furgoneta intenta sortear la temible trampa presentada en el otrora asfaltado de Ñemby ninguneado por la administración municipal. En iguales o peores situaciones se encuentran millares de calles del país, mientras los intendentes miran para otro lado y buscan el rekutú.

A medida que se acercan las elecciones municipales generales previstas para octubre próximo, luego de las peleadas internas anunciadas para el 20 de junio, se instala con fuerza el descontento de la gente y la necesidad de instalar cambios urgentes para cambiar el terrible estado de cosas, especialmente de la mano de líderes transparentes comprometidos con las comunidades a las que dicen representar, y para lo cual reciben una paga importante más múltiples beneficios.

Alegando limitaciones de la pandemia, los gobiernos municipales han pasado por alto sus responsabilidades en los servicios públicos, entre ellos el mantenimiento y conservación de calles, que en la misma Asunción y ciudades del área metropolitana presentan una imagen de abandono, algunas de ellas como si hubieran acusado el rigor de bombardeos o algún otro tipo de ataques inmisericordes que, en realidad, son simples efectos de la inacción e irresponsabilidad de los intendentes municipales.

De esta manera, uno de los servicios más recurridos de los contribuyentes se presenta con daños extremos que, tal como ocurre en la vecina Ñemby, antes que facilitar el flujo vehicular se convierten en verdaderas murallas que ponen a prueba la destreza de los conductores para sortear estos escollos viales que exponen al descubierto la ineficacia, inoperancia e improductividad de los titulares municipales, incluidos los concejales, quienes históricamente se han convertido, por acción u omisión, en brazos solidarios de la corrupción institucionalizada.

Prácticamente, no existen comunas de la República donde resalte el trabajo de su intendente municipal.

Se cuenta como honrosa excepción a la localidad de Atyrá, donde hace años de practica una saludable empatía entre autoridades y ciudadanía que ha derivado en una ciudad digna, habitable y extendidamente amigable con el medio ambiente.

El resto de las 178 comunas del país se mantiene en su rutina de inoperancia, lo cual puede ser fácilmente comprobado al ver el estado ruinoso de sus calles y avenidas, y la imagen de abandono que exteriorizan ante la vista de propios y extraños.

En las próximas municipales podrá visualizarse hasta qué punto la ciudadanía quiere realmente cambiar esta situación que se arrastra de la época de la dictadura, cuando los intendentes eran esclavos del régimen, o bien deciden nuevamente apostar por los escombros políticos que les han venido endulzando la boca con promesas de variado calibre y, eventualmente, con banderines de colores tradicionales, abundante vaca’i con galleta y un 100.000’i para satisfacer el gasto de comida o bebida por un día, y a partir de ahí esperar otros 5 años para repetir la inexplicable tradición ritual con perfil de masoquismo.

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