El presidente de la República se resiste a hacer un mea culpa y resetear su gestión plagada de desaciertos, con resultados palpables a simple vista. A falta de 2 años para terminar su mandato, Marito no logra poner pies en tierra, manteniéndose en su termo de oro.
Robos, asaltos, sicariato, secuestros, alto costo de la canasta familiar, falta de fuentes de empleo, una política de Estado totalmente ajena a las necesidades de la gente y privilegios para el poder repartidos a mansalva configuran, entre otros puntos, la situación de desastre nacional propiciado por el presidente Mario Abdo Benítez y su camarilla de ministros que no muestra síntomas de que este estado de anarquía vaya a cambiar en algún momento.
Para agregar insumos al cóctel de hechos de inestabilidad social, las manifestaciones están a la orden del día, con maestros y médicos indignados que baten tambores de guerra contra el gobierno, por un lado, y en otro costado campesinos e indígenas llorando miseria, injusticia y desprotección.
La “Miami” de Marito se ha desbordado, en medio del silencio sepulcral de quienes deberían tomar sin más demora decisiones firmes y contundentes, como en el caso de la seguridad pública, donde las calles y rutas se han convertido en tierra fértil para saqueadores e incendiarios.
En un arrebato disparatado que posiblemente tenía la intención de engatusar a la gente, el presidente de la República manifestó hace unos días que el Paraguay se parece a Miami, despertando por un lado la hilaridad de quienes se mantenían atentos a sus proverbiales dislates verbales, y en la vereda de enfrente levantando una ola de preocupación por el perfil idiotizado de la principal autoridad del país, sobre quien pesa, en los papeles, la responsabilidad de encauzar la rutina y los destinos del país.
La “Miami” de Marito está en estado delicado, y de no ser por los ingresos genuinos generados en el sector productivo rural, hace rato hubiera entrado en terapia intensiva, como caldo de cultivo ideal para el acecho de ideologías reaccionarias que defienden el uso de la violencia como mecanismo de poder, y cuyos acólitos se expanden masivamente en los círculos áulicos donde usan y abusan de la permisividad del gobierno para levantarse contra las leyes de la República y los órganos jurisdiccionales, entre ellas la Policía Nacional, maniatada por el garrote político a la hora de actuar.