Los fieles católicos acudieron en masa a escuchar la Palabra de Dios que, como bálsamo fresco, les ayudara a calmar sus penas, pero se sintieron como en una «seccional», bombardeados por retórica política y apología a la violencia por parte del propio obispo concelebrante.
En una clara muestra de desviación artera de los fines religiosos de la Iglesia Católica, el obispo de Caacupé Ricardo Valenzuela se salió este domingo del contexto de la fiesta mariana nacional para tirar al limbo a personas que acudieron al templo de la “capital espiritual” de la República a pagar promesas, a quienes contaminó con retórica política y, como si ello fuera poco, hizo abierta apología a la rebeldía civil al tomar partida por la causa de los invasores de tierras a quienes victimizó y los ubicó poco menos que en la condición de mártires, cuando en realidad se tratan de delincuentes criminalizados apadrinados por políticos de la izquierda, organizaciones no gubernamentales y la misma Iglesia Católica.
De hecho, la exhibición televisada de antivalores y rebeldía de monseñor Valenzuela es solo una muestra más de la posición de antagonismo a la soberanía de la ley y el orden expuesta desde siempre, irónicamente, por el ex obispo Fernando Lugo, que a partir de su cargo de presidente de la República y ahora como senador, se ha convertido en “la oveja a seguir” por la Iglesia paraguaya.
Lejos de honrar la solemnidad de la sotana, Valenzuela despotricó contra la actuación de la ley y satanizó a los propietarios de tierras confundiéndoles con terratenientes malditos.
Jamás se ha visto ni escuchado que el arzobispo o algún monseñor de los tantos con que cuenta la Conferencia Episcopal Paraguaya se haya despojado efectivamente de algún bien material o haya propiciado ayudas o asistencias reales a personas o familias necesitadas, sino históricamente han llevado a la práctica una retórica de choque para favorecer a los vulnerables, aunque ello conlleve la violación a la Constitución Nacional como lo han expuesto nuevamente, abierta y públicamente, en Caacupé 2021.
En ningún momento Valenzuela cuestionó, ni mucho menos, a los invasores de propiedades ajenas que, con el argumento verdadero o falso de estar desposeídos de tierras, toman por asalto las pertenencias de terceros a los que, certera o falsamente, las etiquetan llanamente de “tierras malhabidas”.
Habrá que ver la reacción de los obispos cuando algún sintierra asuma el atrevimiento de vulnerar los límites de los sacros dominios eclesiales y tomare por asalto una de las tantas propiedades episcopales o, para no ir muy lejos, alguna porción de la prolífica estancia de Lugo atestada de ganado de élite y otras “minucias”.
La gravedad de la homilía de Valenzuela transcurre mucho más allá de la Iglesia para involucrarse peligrosamente en el terreno de la rebeldía sotanizada e impune contra los preceptos de la ley y el Estado de Derecho.
Técnicamente, al pedir Valenzuela la descriminalización de las invasiones lo que está haciendo es invitar a la gente que no tiene parcelas a ocupar propiedades privadas solo con tacharlas de tierras malhabidas.
Por lo demás, ya habrá tiempo para acumular apoyo a la “causa social” de los campesinos e indígenas, entre ellas de la misma Iglesia Católica que, cargando una falsa cruz sobre sus espaldas, tendrá la retórica precisa para provocar aplausos, aunque ello signifique nuevamente, como ha ocurrido este 8 de diciembre en Caacupé, tirar al limbo el compromiso evangelizador y violar abiertamente la letra y el espíritu de la Constitución Nacional que, en otro estadío, esa misma Iglesia recomienda obedecer.