La exuberancia en todo su esplendor. Flores de lapacho se despiden con una entonación de belleza antes de perderse en el mar de la gracia. Una postal de ensueño como regalo de la naturaleza al Paraguay dolorido.
En pleno invierno, cuando se esperaría que el frío intimidara los capullos para guarecerse en su morado íntima, los cielos del Paraguay se cubren de flores multicolores que irradian soberana belleza y exponen su encanto ante la vista chispeante de quienes, con la dicha a cuestas, le otorgan un instante de su tiempo para apreciar este regalo de la naturaleza desplegado a nuestros pies.
Diversas especies de la exuberante flora nativa paraguaya se han unido en causa común y mancomunión de virtudes para ofrecer a la gente un ejemplo de gracia divina, y motivar a la reflexión sobre el valor esencial de la naturaleza y la importancia de conservarla por el bien del planeta, que enfrenta días sombríos por el ataque interesado e inmisericorde del hombre.
La alucinante fotografía que ilustra la página fue publicada en las redes sociales por Richard Lugo, quien también se vistió de fiesta para iluminar con su cámara el esplendor de una postal extendidamente mágica, cautivante y seductora.
“¡Qué lindo es mi país!”, opina exaltada Marilé Da Costa tras comentar en la red social que “observar esta maravilla nos hace reflexionar sobre el mundo en que estamos parados, y la necesidad impostergable de detener la deforestación salvaje, que en nuestro país nos está dejando sin montes y nos limitan a disfrutar solo de la flora urbana, que se mantiene en pie ante el desafío latente de la contaminación y la agresión brutal, indiferente e insensible del hombre”.
“Cuánta hermosura nos regala Dios”, expresa Magdalena Florentín y recuerda la Palabra de Dios que, en una parte donde encomienda a las personas a no apegarse por las cosas del mundo y a no preocuparse por cómo pasarán el día, pone como ejemplo a los lirios del campo, que no trabajan, pero comen, y que no hilan, pero aun así se visten con tanta hermosura y magnificencia que ni el Rey Salomón con toda su riqueza y esplendor pudo igualarlos.