Este rostro se ha instalado en el imaginario popular como el pontífice del mal, el odio y la división entre paraguayos. Santi Peña debe corregir los desatinos de EE.UU. y hacer respetar nuestra soberanía sin condicionamientos.
Comenzó por nombrar embajador a un hombre que oficia de mujer, declaradamente degenerado, que causó repugnancia generalizada en este país de mayoría cristiana cuando apareció en escena acompañado de su “esposo”.
A este hecho, que tomó desprevenida a la población por tratarse de una demostración lacerante de perversión, se sumaron otras demostraciones de desprecio por nuestra cultura, tradiciones y modo de vida.
De la noche a la mañana, Estados Unidos esgrimió sus garras de gran patrón y en una muestra repetida de imperio oportunista sin empacho alguno procedió a violar la majestad de nuestra Constitución Nacional, que consagra la libertad en todas sus acepciones.
La soberanía de la República de Paraguay ha sido mancillada por el gobierno de Joe Biden, representado acá por el singular embajador devenido en cancerbero a quien sus aliados políticos y mediáticos le entronizaron como “gran juez y señor” que se encargó de instalar una cabecera de odio y división entre paraguayos, poniendo en marcha una campaña de persecución cruel e implacable contra todos quienes cometan la perfidia alevosa de ponerse en su camino de perversión globalista.
Estados Unidos no solo se tomó el lujo de sojuzgar dignidades sino de rodearse de aliados puntuales que se encargaron de extender su dialéctica de confrontación, pasando olímpicamente por alto su grosera injerencia en los asuntos internos de la República del Paraguay.
El cliché de “lucha contra la corrupción” como punta de lanza de su intervención descarada queda por el suelo tras haber sentenciado unilateralmente a 9 jerarcas paraguayos y prohibirles la entrada a ese país a ellos y a sus familias que nada tienen que ver en la cuestión, en otra muestra de autoritarismo despótico.
Todos los sancionados por Estados Unidos en Paraguay pertenecen al Partido Colorado, cuya caída estaba técnicamente cantada por los antipatriotas, esos mismos que aplaudieron el sometimiento de nuestras instituciones a la potencia extranjera con el único objetivo de sacar de en medio a quienes, según ellos, obstaculizaban la democracia, eludiendo arteramente el fin supremo del reino norteamericano que consiste en tirar el país a los leones, esto es, la perversión globalista como demonio atomizante con varias cabezas repartidas en el gobierno actual, la oposición compartida por el efrainismo más 13 saldos y retazos, y la dirección técnica de los holdings mediáticos aliados a cambio de negociados con el Estado e impunidad.
Pudo más el voto inteligente de los paraguayos, que en mayoría abrumadora le dijo “NO” al gran juez del norte, que por el momento se ha quedado mudo ante la reacción adversa del intrépido electorado.
Queda en el tintero la obligación inmediata del nuevo gobierno por analizar las relaciones con Estados Unidos, convocar al embajador a explicaciones, exigir las disculpas correspondientes por su flagrante violación de las leyes y la majestad de la justicia en Paraguay, y discutir el derrotero diplomático en ciernes anteponiendo siempre los valores de Dios, Patria y familia, que no figuran como prioridades en la agenda Biden.
Recordarle también al embajador que hay opositores, empresarios y dueños de medios vinculados hasta los tuétanos con el lavado de dinero que, en el léxico del gobierno norteamericano, se corresponde con la “lucha contra la corrupción y el crimen organizado” pregonado a mil voces por Estados Unidos, que ha demostrado una discriminación odiosa al poner arbitrariamente contra la pared únicamente al Partido Colorado, tirando a la basura su supuesta condición de país justiciero y defensor de la democracia y los derechos humanos.
Las históricas y tradicionales buenas relaciones entre ambos países están gravemente lesionadas, y bien haría el gobierno de Peña en poner las cosas en su lugar exigiendo el respeto irrestricto e innegociable de nuestra libertad y soberanía, que tanto dolor y sufrimiento han costado a nuestros ancestros.
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