Rostro de pesar e impotencia, propio del emboscadeño ante la falta histórica de agua. Una omisión criminal que persiste campante en el tiempo y el espacio, mientras el gobierno mira para otro lado apenas a 40 Km. de distancia.
El tintineo de desvencijados carritos tirados por debilitados caballos comienza su rutina vital con los primeros rayos del quemante sol.
Las ardientes calles de los barrios no dan lugar para el relajo.
Mucho más que la necesidad de trabajo para el pan diario, la gente tiene enfrente una lucha aparte y encarnizada con un monstruo que acecha impenitente: la sed.
Emboscada no tiene otra narración más profunda que el tañido doloroso de los sedientos, esos que no tienen como prioridad el descanso alegre y colorido debajo de generosas sombras de mango sino el deletrear la jornada en busca de puntos dadivosos donde surtirse de agua.
En pleno siglo XXI, cuando el hombre está a punto de conquistar otras galaxias y la tecnología ha llegado a niveles siderales, a 40 kilómetros de Asunción la ciudad de Emboscada de los Pardos Libres nada tiene de libre porque el pueblo es esclavo de un presente sangriento lastimado por la sed.
El paso de los días, y las promesas de agua pronta y barata, constituyen solo piezas de un anecdotario miserable que arropa de impudicia a quienes alegan representar los intereses de la gente, esas autoridades ciegas, sordas y mudas ante el grito de impotencia de familias empobrecidas obligadas a gastar lo que no tienen para comprar agua y volver siempre a lo mismo.
La cúpula de poder se niega a pedir socorro nacional.
Puede más el estatu quo ante el peligro de quedar expuesta ante semejante muestra de supina inoperancia a costa del sufrimiento inclemente de la gente.
Promesas, promesas, promesas.
Este es el “agua de vida” obligada a beber las familias sedientas de los barrios, que sumarían más de 5.000 personas, entre ellos gente de la tercera edad y niños que, según la Organización Mundial de la Salud, tienen derecho inalienable al agua potable, esto es, agua químicamente tratada y no líquido sucio, y en algunos casos maloliente, que tiene como única opción el poblador emboscadeño.
Un contrasentido proverbial que persiste en el tiempo y el espacio, sin ningún ápice de mejoría y, peor aún, con una impunidad rampante que pinta a cuerpo entero el maquiavélico principio de “servicio” comprometido en época electoral, ahí cuando la gente vale mucho y sus pedidos son recepcionados como órdenes solo para los benditos comicios, en la seguridad de que al día siguiente todo volverá a ser “normal”, como normales son la precariedad, el ninguneo y desprecio, la manipulación y la odiosa discriminación a la hora que la gente reclama a gritos ¡Agua, por favor!