Barchini estuvo en el ojo de la tormenta y ahora en el ojo de la crítica de ciudadanos que ponen en tela de juicio su habilidad en el manejo del complicado sistema penitenciario manejado por la mafia.

La violenta crisis desatada este martes en la cárcel de Tacumbú en Asunción refleja la situación de inseguridad que reina en el sistema penitenciario paraguayo y el estatus dominante ejercido por la mafia enquistada dentro del penal como síntoma de la ausencia crítica del Estado paraguayo que durante años no solo ha demostrado inoperancia para poner las cosas en su lugar sino se ha plegado a la corrupción imperante donde mandan con peso propio el poder criminal y el dinero.

Los reos detenidos en ese antro de ineficiencia estatal, lejos de acercarse siquiera al ideal de reinserción exitosa en la sociedad, como exige la ley, son introducidos a un esquema de perversión generalizada -apenas alivianada con la acción espiritual de congregaciones cristianas- y el resultado está a la vista: Son ellos quienes ejercen el poder ausente de la fuerza del Estado y marcan la hoja de ruta de la política penitenciaria, convertida de esta forma en un mamotreto sin pies ni cabeza.

En esta ocasión, el problema derivó de una metida de pata del propio ministro de Justicia, Ángel Ramón Barchini, quien había afirmado días antes que un policía fugado de Tacumbú ha sido asesinado por miembros del sanguinario Clan Rotela, que domina la mayoría de los centros penitenciarios del país.

El polemizado suboficial de Policía Oliver Lezcano estaba siendo procesado por el crimen del militar Líder Javier Ríos y según Barchini fue secuestrado y asesinado por el Clan Rotela, que a través de un vocero del grupo preso en Tacumbú negó la acusación que derivó en la violenta revuelta donde fueron tomados de rehenes varios policías y familiares de detenidos que habían acudido a la cárcel en día de visita.

De acuerdo a datos de detenidos y familiares, el citado Lezcano se fugó del reclusorio y desde la clandestinidad dio a conocer un vídeo en el cual afirmaba que el mismo se encontraba sano y salvo, contrariando la versión oficial.

Lejos de dar el brazo a torcer, Barchini se arrolló en sus cuarenta y desafió a los amotinados diciendo que delincuentes no le van a decir lo que debe hacer, negándose terminantemente a acudir a la convocatoria de diálogo, precipitando con ello reacciones en cadena de los revoltosos que afortunadamente no arrojaron saldos lamentables más que las horas de terror que significaron las retenciones de guardiacárceles y del propio director del penal, a más de una veintena de visitantes que nada tenían que ver con el conflicto, entre ellos varias mujeres embarazadas, quienes fueron liberados al filo de la medianoche tras un acuerdo entre bambalinas con la Policía y una dotación de 150 agentes de la Infantería de Marina que acudieron para aplacar la crisis.

Oleada de críticas generó el ministro Barchini tras negarse a dialogar con los reos amotinados y esconder la cara de la ciudadanía, que a través de la prensa requería informaciones de primera mano acerca de lo que estaba sucediendo y, especialmente, la promesa de tranquilidad que esperaba la gente en medio del tumulto mayúsculo que inclusive logró levantar de su habitual modorra para este tipo de situaciones a la propia Iglesia con la presencia del cardenal Adalberto Martínez, quien no fue autorizado a ingresar a la cárcel por motivos de seguridad.

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